lunes, 19 de julio de 2010

LOS SOLITARIOS, NOS GUSTO Y AQUI LO POSTEAMOS

Siempre me gustó ser un solitario.
Deambular por los bares sin respuestas, sonreir a tipos que pasan con la amabilidad de los desconocidos. Conversar con amigos de la barra que nunca voy a volver a ver.
Quejarme de la lluvia. Refunfuñar a solas. Mirar sin ver.
Siempre me gustó ser un solitario.
Inventar romances que no sucederían, a la luz de unas velas que nunca iban a arder.
Siempre me gustó el olor del asfalto, los sabores de la madrugada, ese silencio denso y suave, sí, y no me contradigo, tan denso como suave, de tanto ser testigo de la vida de los otros. Ese silencio violado por los mañaneros, los tipos que invaden cuando viene el día, dispuestos a empezar cuando para mí se termina.
Quiero decir, hombres de traje, que interrumpen el alba con el rictus seco, los labios agrietados, la mente arrebatada, la mirada en blanco. Paradigmas de una normalidad que no conozco, o que, si conocí, me esforcé en olvidar a fuerza de acariciar la noche y la utopía.

Siempre me gustó ser un solitario.
Y, entonces, escuchar cada vez que volvía los golpecitos de los tacos altos de las mujeres solas de alguna noche parca o desdichada. Víctimas de su propio maquillaje. Como yo.

Porque la noche es preciosa y es ficticia.
Porque la noche es traicionera y atractiva.
Porque la noche alimenta los sueños imposibles.
Porque cuando sobre nosotros se cae la madrugada y el alcohol se divierte con la sangre, el mudo es un cantante, el manco un carpintero, y yo, que no soy ni mejor ni peor que ellos, me convierto en aquello que quise ser pero no he sido.
Porque en la noche se esquivan los espejos y los reflejos mienten. Porque en la noche la piedad se regala y hay consuelo. Y todos los que han muerto están vivos.

Tiene ese qué se yo…la noche, digo.

Es que siempre me gustó ser un solitario, porque los solitarios somos muchos, y nos juntamos en dulce compañía. Porque los solitarios, acostumbrados como estamos al oficio, no necesitamos mirarnos para vernos. Y jamás exigimos una explicación, porque sabemos que la razón, de noche, es astuta. Y no nos empeñamos en develar el disfraz que tiene el otro, ni por entender qué nos dice el tipo cuando dice, porque es obligación de la madrugada no andar molestando con fastidiosas segundas intenciones. La noche tiene reglas sabias, como las tiene la mafia y la familia. Porque los solitarios somos fabuladores y guardamos muy bien nuestros secretos.

Mientras la madrugada abraza y alimenta, ahogados en penas o entre risas, siempre, una mujer nos ama, un gato nos espera, un hijo nos reclama, un amigo nos busca, una madre nos cuida. Siempre hay algo…Siempre hay algo más allá de la noche que nos nombra, que cobra algún sentido con el día. Hermoso, delator y necesario.

Por eso me gusta ser un solitario, porque eso de ser un solitario es mentira.

ADOLFO CASTELO

(Humorista, periodista, conductor televisivo y radial argentino. 1940-2004)

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