domingo, 9 de agosto de 2009

Tal vez unos días

Se detuvo con brusquedad. Había caminado veloz media cuadra. No llegaba tarde, nadie la esperaba. Sus pasos eran largos, esquivaba a la gente con destreza. Y frenó. Como si hubiese recordado algo, o peor aún, como si hubiese olvidado algo muy importante.

Se detuvo con tal fuerza que sus accesorios, por inercia, continuaron viaje. Tomaron vida propia. El pañuelo de su cabeza, sus aros, el collar, las pulseras, el anillo que compró en un viaje, las trabas del pelo, el tatuaje del hombro. Siguieron en movimiento. Se trasportaron en el aire unos centímetros, a la velocidad que ella traía hasta que paralizó su marcha.

El taxi la había dejado mal. Era la dirección opuesta la correcta. Sus accesorios volvieron a ella y, atraídos por el imán, impactaron con suavidad en su cuerpo. Cambió de rumbo, hacia el polo opuesto. Las sandalias ahora la llevan delicada y decidida. Dos cuadras. Ciento veintinueve octavo a. Timbre. Ruido, saludo, ascensor, piso ocho, puerta que cierra detrás de ella. Pasillo poco iluminado.


Cuando bajó del edificio, caminó unos pasos y levantó la mano en una parada de colectivos. Recordó lo que había olvidado. Fue leve el cambio en sus ojos. Un píxel muerto en su mirada. La entristeció saberlo y más lamentó la certeza de que ese pensamiento la perseguiría por un largo tiempo. Meses. Pensó. Meses o años. Tal vez unos días.

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